jueves, 1 de octubre de 2015

Ruta de los calderones

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 Características

  • Tipo: Circular
  • Dificultad: Moderada
  • Señalización: buena
  • Distancia: unos 13  kilómetros
  • Desnivel acumulado 611 m

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Ruta de los Calderones

Comarca: Cuatro Valles - Cantábrica Leonesa

La ruta se inicia en Piedrasecha, para tomar enseguida una vereda casi paralela al río. Destaca una gran roca silícica, muy llamativa por los líquenes amarillentos que la colonizan, es El Serrón. Pronto se llega a la Fuente del Manadero y un poco más allá, la Cueva de las Palomas alberga una sencilla Ermita rupestre que custodia la imagen de Nuestra Señora del Manadero. Su romería se celebra el último domingo de julio, congregando a vecinos de toda la comarca.

Al seguir avanzando, pronto se observa que el río ya no fluye en superficie, sino que su circulación es subterránea, fenómeno característico de los terrenos de naturaleza caliza. Así se cruza todo el desfiladero, con paredes verticales que en algunos puntos casi llegan a tocarse. El camino progresa sobre el antiguo lecho del arroyo, entre cantos rodados y marmitas de gigante. Cuenta un pastor que una vez, una corza perseguida por los perros, saltó de un lado a otro del desfiladero, así de angosto es el paraje.

La ruta termina en una cancilla que separa los terrenos de Piedrasecha de una finca particular. A partir de este punto se puede optar por volver por donde se ha subido o continuar hacia Santas Martas y las Vegas del Palomar.

Al salir de Los Calderones, bosquetes de mostachos, escuernacabras y robles en las laderas, contrastan con las salmueras que acompañan al arroyo, que de nuevo vuelve a discurrir en superficie. Es el Monte de la Ribera, donde antaño se producía cal en los caleares o caleros.Desde Santa Martas, el camino ya sin señalizar, continúa ascendiendo poco a poco para salvar el desnivel hasta el Collado del Fito. El paisaje es completamente diferente y, al ir ganando altura, las vistas se hacen muy hermosas. El último repecho tras el collado, conduce a las Vegas del Palomar, amplia depresión tapizada de pastizales a la que antaño subían los ganados trashumantes. Estos puertos estuvieron arrendados en 1750 al Monasterio de Guadalupe en 3.050 reales.

En la Vega vuelve a hacerse patente la acción del karst, forma de erosión de la caliza por la acción combinada del agua y el CO2 atmosférico, siendo perceptibles grandes hoyos a modo de dolidas o sumideros en toda su extensión.

clip_image006Punto de Interés Geológico.

Los Calderones están considerados como Punto de Interés Geológico, catalogado con el número PIG 35 en el atlas del Medio Natural de la Provincia de León. Las calizas tienen su origen en sedimentos depositados desde hace 360 millones de años, en un antiguo mar que cubría toda la zona. Los diferentes estratos se depositaron horizontales, pero hoy los vemos con distintas inclinaciones e incluso verticales. Por diversos avatares geológicos, estas formaciones fueron plegándose y replegándose, se elevaron, sufrieron fallas y fracturas y se erosionaron por la acción de distintos agentes externos, hasta presentar su aspecto actual. El fuerte repliegue de los estratos en los Calderones, indica que esta zona se encuentra próxima al núcleo de un gran pliegue, sólo visible desde el aire, el sinclinal del Alba.

Pliegue
Hoy, los Calderones muestran un aspecto que no siempre fue así, sino que pueden considerarse el resultado de la acción combinada sobre la caliza, de la fuerza mecánica del agua y de la disolución kárstica. El arroyo de Los Calderones ha ido esculpiendo el desfiladero gracias a la enorme energía que desplegó en época de crecidas, que fueron excavando durante miles de años el valle. Asociado a la acción erosiva del arroyo se manifiesta el karst o disolución de la caliza, potenciando la formación de numerosas simas, cuevas y galerías subterráneas que permiten la filtración del agua y su circulación bajo la superficie. Hoy Los Calderones pueden considerarse un antiguo lecho seco, circulando el agua casi siempre subterránea, aflorando en superficie sólo en puntos concretos.

Santas Martas, un pueblo en la memoria

Tras cruzar Los Calderones, el valle se abre en una amplia vega, donde quedan apenas una cabaña y un redil de piedra. Se trata de Santas Martas. Antaño hubo en este paraje un pueblo con una abadía, a cuya ermita parecen corresponder los restos que aún hoy quedan en pie. Ahora, la vega se aprovecha como pastos de verano para el ganado. Cuenta la tradición que el pueblo entero murió tras comer la caridad dominguera a causa de una “vacaloria o vaquiruela”, que contaminó la masa del pan que se repartía en la misa. La noche anterior, una de las vecinas fue a por agua al arroyo, alumbrada apenas con la luz del candil; al coger el agua, cogió sin darse cuenta la vacaloria (como en la zona son conocidas las salamandras) y, al amasar el pan, lo envenenó. Tan solo se salvó una vieja que, postrada en cama no pudo asistir a misa, siendo la heredera de todos los bienes y terrenos del pueblo. A Santas Martas siempre se llegó por el Collado del Fito, desde Santiago de las Villas o desde los Barrios de Gordón. El paso por Los Calderones se arregló a mediados del siglo XX, dejando una especie de calzada que permitía el tránsito de camionetas, dicen los más viejos que rusas, para una explotación de madera. Hace años hubo una gran tormenta y se originó tal riada, que se llevó por delante todo lo que el hombre quiso controlar. ¡Por algo los de Santas Martas usaban siempre otro camino!

La vida en roqueros y canchales

Dominado por formaciones calizas, este mundo de roca puede, a primera vista parecer inerte. Nada más lejos de la realidad. Paredes verticales a modo de farallones y canchales o derrubios son poblados por comunidades altamente especializadas, que han desarrollado curiosas adaptaciones para sobrevivir en este ambiente hostil. En las gargantas el viento se acelera, provocando un efecto desecante que genera un microclima más seco que el de su entorno.
Entre las paredes verticales anida el Treparriscos. Es una de las aves mejor adaptadas a estos ambientes, rebuscando con su pico largo y curvado entre las griegas y fisuras de la caliza, las larvas e insectos de los que se alimenta. De tono gris ceniciento, despliega toda su belleza al abrir las alas, de un intenso rojo bermellón. Común en estos ambientes es la Apolo, una de las mariposas de montaña más llamativas, gracias a sus ocelos rojizos y negros, muy vistosos sobre las alas blancas.

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